jueves, 7 de mayo de 2015

LA MELANCOLÍA Y SU POSITIVIDAD





                                             LA MELANCOLÍA Y SU POSITIVIDAD


Quisiera detenerme brevemente en un tema que, de siempre, me ha llamado la atención. Me refiero a la "Melancolía". Me ha fascinado hasta el punto de que, en el año 2005, me sentí empujado, impulsado a escribir un pequeño ensayo titulado: La melancolía y el hombre dividido.Escrito que fue publicado en la Revista Religión y Cultura, de los PP. Agustinos de Madrid, en el nº 234 (pp. 739.752) de Julio - Septiembre  del citado 2005.

Me baso en dos autores que la han estudiado detenidamente en el filósofo danés, Sören Kierkegaard: Romano Guardini, teólogo alemán de origen italiano, en su obra "Retrato de la melancolía" (Traducción italiana de Romana Guarnieri, Morcelliana, Brescia 1952) y el español Carlos Gurméndez, en  "La melancolía" (Espasa Calpe, Madrid 1990). La obra de Guardini está dedicada exclusivamente a Kierkegaard, mientras que el autor español hace un estudio sobre la "melancolía", en el que alude al filósofo danés y le cita a menudo, especialmente en el capítulo titulado "El placer de la melancolía".


            El autor danés nos ofrece, sobre todo en su "Diario de un Seductor" (1843 - Traducción española - Espasa Calpe, Madrid)  las dimensiones interiores dentro de las cuales se mueve aquél que, entre los fenómenos humanos -la melancolía- es tal vez el más doloroso.  ¿Pero qué es lo que ha impulsado a Kierkegaard, el hombre que, como Sócrates, hizo un llamamiento a sus contemporáneos a "existir personalmente",  -que para él era "existir cristianamente"- a hacerse cargo de la propia melancolía? La respuesta a esta pregunta, que marcó prácticamente toda su vida, hay que buscarla en la obra que escribió en 1844 bajo el título "El concepto de Angustia" (Traducción española - Espasa Calpe, Madrid 1940).


Con esta obra, que tanto impresionó a Unamuno, quien aprendió el danés para leer la obra del filósofo en su lengua original, siendo el primero que la difundió en España, Kierkagaard quiere inquietar a los filósofos y a los teólogos de su tiempo, basándose en la experiencia y en la autoanálisis de su existencia personal: El hombre, en constante lucha y riesgo entre sus condicionamientos psicosomáticos (Kierkegaard tenía un defecto físico muy vistoso, era jorobado) y sus empresas superiores y espirituales, vive poseído por el miedo angustioso que le provoca su propia existencia. El hombre, pues, se enfrenta con su existencia, con sus límites y temores, con las contradicciones que supone el estar aquí, en el mundo. El hombre se encara con las preguntas que este hecho implica: ¿por qué, para qué, desde dónde, hacia qué? Son preguntas que rebasan una respuesta racional.


            "Yo no soy, decía Kierkegaard, un hombre sereno; estoy triste hasta lindar con la mayor amargura". Y decía también: "Se puede todo lo que se quiere, pero solamente una sola cosa no: aliviar la melancolía que me tiene en su poder". Esta y otras situaciones existenciales, las cosas del mundo revelan al hombre la angustia, la desesperación de su caducidad. Kierkegaard, para no vivir en la más absoluta soledad, tiende, se proyecta hacia el Absoluto. Esto lo sume en la tristeza, en la melancolía. Pero, como dice Gurméndez, en este sentido se puede afirmar que la melancolía es el recogimiento de la tristeza, un sentirse mal, tal vez desgraciado, e infeliz, pero protegido en cierto modo por su propia melancolía en la tranquilidad de sus propios límites.


            La tristeza y la melancolía, semejantes pero diversas, ayudan a penetrar los comportamientos, las decisiones, las opciones de un individuo, tanto racionales como irracionales. Por otro lado, la tristeza es la síntesis de sucesivos entristecimientos, y origen de todos los sentimientos, "la gran tristeza" de que hablaba Dante, que se manifiesta con un suave letargo de la energía vital. De ahí deriva la melancolía que Spinoza define como "una disminución de la potencia activa del cuerpo".


            El melancólico sufre un exceso de sensibilidad pueril frente a los acontecimientos del mundo externo, lo cual demuestra su debilidad y fragilidad íntima. Kierkegaard afirma: "Ya desde niño he estado bajo el poder de una tremenda melancolía, cuya profundidad encuentra su expresión verdadera únicamente en la prontitud, igualmente tremenda, que me fue concedida de esconderla bajo una aparente alegría de vivir. Pero mi verdadera alegría consistía en el hecho de que nadie fuera capaz de descubrir lo infeliz que yo era. Kierkegaard recuerda también que siempre tuvo muy claro que él no debía buscar alivio ni ayuda en los demás. "En mi melancólico amor por los hombres, pensé siempre en ayudarlos, en procurarles alivio..."


            La soledad era para el joven Kierkegaard un tormento y a la vez un alivio. Se consideraba, por un lado, un hombre solo, un pobre hombre precipitado, siendo un niño todavía, en la más miserable melancolía. Por otro lado, el ser triste o melancólico lo protegía de los peligros y de las amenazas del mundo. El triste sabe defenderse de los dolores que lo pueden perturbar o, incluso, destruir; el melancólico cambia en dulzura la amargura de su tristeza.


            La melancolía, para Kierkegaard, es un tormento, y él, "vir melancholicus", la vive así dentro de sí, consigo y en la indiferencia de los demás. Para Guardini, el sufrimiento que provoca la melancolía tiene un carácter particularmente íntimo, es algo indefenso, interior, desnudo. Para él, la melancolía, en general, pero especialmente en el filósofo danés, constituye un enigma que consiste, sobre todo, en una rebelión de la vida contra sí misma, en la contraposición del impulso de la autoconservación y el impulso de la autodestrucción. Esto lleva al melancólico al temor a los hombres, a esconderse, a la soledad.


            Termino este breve análisis de la melancolía en Kierkegaard poniendo de relieve, pudiéramos decir, el aspecto positivo de la melancolía. En este sentido, es la expresión de la situación del individuo que lucha para despejar los caminos bloqueados, para abrir los canales de comunicación. Es la misma melancolía, como síntoma, como expresión o manifestación de una situación de escondimiento y de soledad, en aparente paradoja, la que empuja al hombre melancólico hacia la liberación y la creatividad. El espíritu religioso que se esconde en lo íntimo del hombre y la misma melancolía (la melancolía positiva de Romano Guardini y de Carlos Gurméndez, en sus respectivas vertientes religiosa y laica) desencadenan, ponen en acto los recursos dinámicos escondidos en lo profundo del hombre-individuo.


     Aquí empieza el saneamiento de la escisión, de la división de la persona. Aquí empieza la relación con el Transcendente, lugar de encuentro de todo nuestro yo con todo nuestro nosotros. Por esta razón, el empuje sugerido por la melancolía tiende a abrir una brecha en nuestras dudas y vacilaciones, en nuestro ser personal y cerrado, egoísta e insolidario; una brecha anímica, emotivo- intelectual, de búsqueda, dialogante, de disposición permanente hacia el altruismo.

            La melancolía pasa de esta manera a desempeñar un papel creativo; se convierte en una apertura disposicional del sujeto a someterse al ritmo de una existencia -no podemos olvidar que el deseo de fuga, de escondimiento, de abandono, e incluso la misma depresión, están al acecho, y que estas aperturas son muy frágiles- donde no tenga lugar ni la ausencia de un interlocutor transcendente ni la presencia de una soledad desolada.

            La melancolía, en último análisis, no es otra cosa sino deseo de amor. Amor unitivo, reconstructivo, amor en todas sus formas, en todos sus grados; desde la sensibilidad más elemental hasta el más alto amor del espíritu. El impulso vital, el corazón de la melancolía es el Eros: deseo de amor y de belleza. El melancólico desea encontrarse con lo absoluto, pero bajo especie de amor y de belleza.



Roma, mayo de 2015                                                             

Guillermo Martín Rodríguez