domingo, 7 de junio de 2009

LA ESPERO



La espero

Málaga, 15 de junio de 1976


Era breve, impalpable.
Cuando se alejó
Apenas una sonrisa.
Sus bracitos hacia mí.
Un recuerdo invulnerable
Desde la esquina.

Guillermo Martín Rodríguez

1 comentario:

MartindeAravalle dijo...

El Dr. Antonio Jurado había nacido el mismo día que mi hija Mari Luz, sólo que 30 años antes. Pertenecía a la escuela granadina de pediatría. Era uno de los pediatras del Hospital Carlos Haya de Málaga.
El 14 de junio de 1976 nacía Mari Luz en la clínica malagueña del Pinar. Todo había ido perfectamente. Pero algo no debía ir muy bien pues la niña rehusaba la leche de la madre. Las enfermeras probaron diversos sistemas para alimentarla. La niña tenía las constantes vitales fuertes y presagiaban una recuperación inmediata en cuanto a la ingestión de alimentos.
El día 15 de junio, regresando del colegio Unamuno, donde yo trabajaba entonces, encontré a nuestra hija con un color extraño. Stefania, mi esposa, no se daba cuenta pues estaba con ella y no notaba el cambio. Las enfermeras tampoco. Al verla así, llamé inmediatamente al ginecólogo que la había ayudado a nacer, pues estaba en la clínica en esos momentos. Al ver a la niña diagnosticó de inmediato "deshidratación". Me dijo que fuera inmediatamente a Pediatría, en el Carlos Haya. Que preguntara por el Dr. Jurado, a quien él mismo puso sobre aviso,l por teléfono. Mi suegra y yo llevamos rápidamente a la niña al Hospital. Nos estaba esperando el Dr. Jurado. Después de la anámnesis o entrevista clínica, previa a la hospitalización, y de examinar a la niña sumariamente, nos dijo que la situación era grave. Nos pidió que esperáramos unos instantes mientras mandaba preparar la incubadora y los instrumentos para la hidratación de la niña.
Salimos al pasillo y nos sentamos con la niña en un banco. Mi suegra tenía a la niña en brazos. Tenía los ojos abiertos, me miraba insistentemente. Yo intentaba distraerla; le hacía gestos y mohínes. De repente una sonrisa floreció en sus labios. Sus ojitos se alegraron, sus bracitos se movieron exultantes. Mi suegra y yo nos miramos y la esperanza se fortaleció en nosotros. Los minutos pasaban inexorables. Finalmente apareció una enfermera. Cogió a la niña en brazos y se la llevó dentro, a la sala de incubadoras, con los demás niños, enfermitos como ella.
La enfermera nos permitió dar un besito a la niña. Nos animó diciéndonos que el Dr. Jurado era un magnífico pediatra, que no perdiéramos la esperanza y confiáramos en él. En mi interior, quien en verdad alimentaba mi esperanza era mi fe en el Señor.

Mis versos, cortos y escasos, no son otra cosa más que el diálogo de amor y dolor entre mi hija y yo. Diálogo de leve sonrisa y agitar de bazos, de lágrimas y esperanza.